Gastar por gusto
Arthur Laffer (el asesor económico de Ronald Reagan célebre por su "curva", según
la cual un exceso de impuestos reducía en lugar de aumentar la
recaudación tributaria) ha publicado en Estados Unidos un cuadro comparativo de sumo interés para todo país que se esté preguntando en este momento por qué la crisis dura tanto,
empezando por España y sin excluir a Estados Unidos. En él queda
demostrado hasta qué punto fue una ilusión la idea de que para salir de
esta Gran Recesión era indispensable gastar fabulosas cantidades de
dinero "estimulando" la economía.
Esto es especialmente importante para
países que, como España, no tenían un grave problema de déficit fiscal y
deuda pública al empezar la crisis y ahora lo tienen (en 2007 había en
España incluso un superávit y la deuda del Estado no representaba más
de la tercera parte del PIB). O para aquellos, como Estados Unidos,
que ya lo tenían pero no en la magnitud en que lo tienen cuatro años
después. Aunque no todo el descalabro de las finanzas de los gobiernos
que no estaban en crisis fiscal puede achacarse a que elevaron aturdidoramente el gasto para tratar de salir de ella
(la caída de la recaudación por obra de la recesión obviamente jugó un
papel significativo), es evidente que el efecto de esos estímulos no
fue nada estimulante para las economías en cuestión: en el mejor de los
casos, resultaron un esfuerzo inútil y en el peor, un agravante.
Esto es especialmente importante de tener en mente ahora que gobiernos como el de Mariano Rajoy intentan, en medio de una fuerte repulsa popular,
cuadrar las cuentas. La razón es que permite asignar la
responsabilidad de este ajuste de un modo más equitativo. En el caso de
España, el gobierno anterior, el de Rodríguez Zapatero, que apostó al
estímulo fiscal masivamente, como lo hicieron otros, debe asumir su
gran cuota de culpa por agravar la crisis y postergar la solución.
España está entre los siete países del
mundo que más aumentaron su gasto público como proporción del tamaño de
la economía entre 2007 y 2009 en respuesta al estallido de la burbuja. El resultado es que está también entre los nueve donde más se contrajo la economía
en fechas posteriores. De hecho, lo más impresionante del cuadro citado
es que los cuatro países donde se dio el mayor estímulo fiscal
–Estonia, Irlandia, Eslovaquia y Finlandia— son también aquellos donde
la tasa de crecimiento se hundió peor. Estados Unidos, donde el gasto
aumentó más de 7 por ciento, también sufrió uno de los peores desplomes.
La tesis keynesiana de que en tiempos de
recesión hay que gastar mucho dinero público para sustituir al dinero
privado tiene tal fuerza, que incluso muchos gobiernos de derecha que
jamás se definirían como keynesianos creen en ella. O al menos la
practican porque entienden que no hacerlo los expondría al escarnio
público. Y ni se diga de los que se proclaman de izquierda. Pero,
exactamente igual que sucedió durante la Gran Depresión, cuando
Roosevelt prolongó en lugar de cortar en seco el hundimiento del país,
esta vez tampoco el derroche fiscal ha sido capaz de reanimar las
economías occidentales.
No debería ser muy difícil entender por qué. Si un gobierno saca recursos de un lado y los coloca en otro, no deja de haber el mismo número de recursos:
lo único que ha cambiado es que alguien a quien le costó generarlos
los ha visto emigrar hacia otro u otra a quien no le costaron nada. El
efecto, por cierto, no es puramente compensatorio sino destructivo por
aquello de los incentivos. En cualquier caso, aun si no tuviese efecto
sobre los incentivos, ese trasvase forzoso de recursos es inútil porque
no aumenta la riqueza y tampoco impide el lento, duro proceso de
sanación de la economía, indispensable antes de que los empresarios y
emprendedores vuelvan a la carga y la gente se anime a consumir más.
La lección de esta Gran Recesión no sólo
estriba en que no hay que hacer aquello que la produjo –el exceso de
moneda y de crédito—, sino en que no hay que hacer lo que hicieron la
mayor parte de los gobiernos para tratar de acabar con ella. Cuatro
años después, allí sigue, puntitos más o puntitos menos, la Gran
Recesión a ambos lados del charco.
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