La Argentina K: Una lección en capitalismo de amigotes
Jorge Luis Borges solía decir que los 
argentinos sufrían con  "demasiados mesías". Su presidente actual, 
Cristina Fernández de  Kirchner, sin dudas predica como si lo fuera. En 
reuniones de la ONU,  regaña a EE.UU. y Europa por la crisis financiera 
global, y en el última  cumbre del G-20 en junio intentó reavivar la 
disputa por las Islas  Malvinas con Gran Bretaña.
En Argentina, Kirchner convirtió una  
ley para emitir anuncios clave en los medios en una plataforma política 
 permanente. Aparece en TV constantemente hablando de temas tanto  
importantes (como su apropiación de la petrolera YPF de manos de la  
española Repsol), como banales (videoconferencias en las que aparecen  
fanáticos que integran las filas del gobierno). Un pago rutinario de  
deuda el viernes pasado presentó una oportunidad para otra diatriba  
televisada contra el capitalismo global, y una oportunidad de exaltar  
las virtudes de su propio gobierno, uno "levantado sobre la equidad y  
los derechos humanos".
En momentos en que EE.UU. se prepara 
para una importante elección  presidencial, Argentina es un triste 
recordatorio de cómo las tomas del  poder del gobierno y el capitalismo 
de amigotes son el enemigo del  desarrollo genuino.
A los economistas de izquierda les 
encanta señalar que el PIB de  Argentina creció con rapidez desde que 
los Kirchner llegaron al poder en  2003. Fernández de Kirchner es la 
viuda del ex presidente Néstor  Kirchner y lo sucedió en la presidencia 
en 2007. Bajo el gobierno de los  Kirchner, un auge global de los commodities  brindó un viento de cola  para una economía argentina orientada a la producción de alimentos.
En medio del auge, los Kirchner 
denunciaron un "neoliberalismo"  corrupto, y prometieron "liberar a la 
gente" a través de un gobierno  revitalizado. Así que mientras Perú y 
Colombia profundizaban las  reformas estructurales, Argentina expandía 
su burocracia y evitaba la  liberalización. Eso llevó a menos 
independencia para instituciones como  la agencia nacional de 
estadísticas, Indec, que ha mentido de forma tan  descarada sobre la 
inflación que la revista The Economist 
 ahora se niega  a publicar sus cifras alteradas. Los informes 
falsificados de baja  inflación del Indec minimizan los pagos indexados a
 jubilados, así como  subestiman las cifras de pobreza. Sin embargo, los
 niños se mueren de  hambre en las provincias rurales sin importar lo 
que elige publicar el  gobierno. Las organizaciones civiles que se han 
pronunciado sobre las  mentiras han registrado una disminución en su 
financiación y sus líderes  fueron amenazados. Nada parecido a liberar a
 la gente,
Estas mentiras ayudan a cubrir más 
intervenciones perniciosas del  gobierno. En marzo, Kirchner destruyó la
 independencia del banco central  argentino, al reescribir su carta 
orgánica para permitirle al gobierno  un uso ilimitado de las reservas 
del banco para pagar sus deudas, una  receta certera para aún más 
inflación dañina y una moneda devaluada.
Cuando algunos sostienen que las 
actuales "aguas desconocidas" de la  política monetaria indican la 
necesidad de más supervisión política  sobre la Reserva Federal y el 
Banco Central Europeo, la experiencia  argentina es un testimonio de 
cuán importante sigue siendo la  estabilidad de precios en tiempos 
inestables. En particular en países en  vías de desarrollo, los ricos 
encuentran formas de protegerse contra la  inflación, mientras los 
jubilados y los pobres sufren más que nadie.
El deterioro institucional se entiende 
por todos lados y sólo  empeora. Esta semana, el gobierno de Kirchner 
anunció planes de  expropiar la empresa que imprime su moneda, el peso 
argentino.
Los argentinos de clase media han 
ahorrado en dólares para protegerse  a sí mismos. Pero a fines del año 
pasado, el gobierno implementó  severos controles monetarios y 
comerciales. Esto ha alienado a socios  comerciales clave como Brasil y 
llevó a una escasez rutinaria de insumos  esenciales. Lamentablemente, 
ninguna empresa que dependa de cadenas de  suministro global puede 
producir en Argentina ahora. La producción  industrial sobrevive sólo a 
través de ineficientes aranceles a las  importaciones. Así que, 
previsiblemente, la productividad se resiente.  Un iPad en Argentina, 
por ejemplo, cuesta más que en cualquier otro  lugar del mundo.
Aún peor, los controles autoritarios han
 dado origen a múltiples  tasas de cambio: si uno es amigo del gobierno,
 el dólar cuesta 4,5  pesos. Para todos los demás, sale más de seis. La 
compra venta  instantánea hace que el amiguismo sea rentable.
Los jubilados argentinos han sido 
afectados en particular. Marginados  de los mercados de crédito global, 
los fondos privados de pensión  fueron nacionalizados en 2010. Si el 
sistema privado carecía de la  supervisión debida, el sistema nuevo está
 diseñado sin ambigüedades para  apropiarse de los fondos con fines 
políticos. ¿De qué otra forma se  puede explicar un plan presentado el 
mes pasado para ofrecer viviendas a  tasas de interés reales de -20% 
—financiadas por fondos de seguridad  social y que serán construidas por
 amigos de Kirchner— cuando la mayoría  de los jubilados están por 
debajo de los niveles de subsistencia?
Fondos de seguridad social también han 
sido destinados a nacionalizar  empresas como la expropiada YPF. Pero 
cuando la gerencia se pone en  manos de amigos y no de expertos, la 
desafortunada mezcla de corrupción e  ineptitud garantiza pérdidas para 
tanto la seguridad social como los  empleados de la empresa. No es 
sorprendente que ninguna petrolera  extranjera —ni siquiera la rusa 
Gazprom ni la china Sinopec— haya  invertido en YPF. La semana pasada, 
el presidente ejecutivo elegido a  dedo por el gobierno incluso amenazó 
con dejar su cargo debido al poco  control que tiene sobre la empresa.
Con una mezcla tóxica de inflación, 
autoritarismo y corrupción que  deja a la economía estancada, Kirchner 
ha estado viajando por el mundo  en busca de nuevos amigos. Para un 
gobierno que se concentró el juzgar  los crímenes genocidas de la junta 
miliar de los años 70, es muy  sorprendente que sus misiones comerciales
 más recientes hayan sido a los  países dictatoriales como Azerbaiján, 
donde los partidarios de la  democracia son encarcelados regularmente, y
 Angola, donde una familia  gobernante corrupta mantiene el poder desde 
hace 30 años al perpetrar  violentos crímenes contra los opositores.
El arquitecto de la radicalización 
económica de Argentina, el  neo-marxista Axel Kicillof, suele llamar a 
los críticos "reaccionarios"  mientras elogia la administración de 
demanda agregada keynesiana. Dado  que sus políticas ahora causaron un 
estancamiento inflacionario en la  Argentina, no debería sorprender que 
lo que escribe Kicillof sobre  Keynes es tomado de otros académicos 
desacreditados hace tiempo. Y sin  embargo, los amigos de Kicillof 
—ahora en posiciones de liderazgo en  empresas recién nacionalizadas y 
en juntas directivas corporativas  debido a las inversiones de seguridad
 social— se han beneficiado  fácilmente de este "gobierno revitalizado".
En los años 60, el filósofo 
situacionista Guy Débord acuñó la frase  "la sociedad del espectáculo" 
para describir la farsa de los burócratas  soviéticos que simulaban 
defender al proletariado mientras sólo se  beneficiaban a sí mismos. En 
momentos en que la mayor parte de América  Latina implementa 
prometedoras reformas institucionales, Argentina  necesita menos 
sermones televisados y más acción para enfrentar el  capitalismo de 
amigotes que se extiende por su gobierno. Como otros  falsos profetas, 
el gobierno de Kirchner ha terminado representando el  mismo mal que 
pretendía combatir. Argentina se merece algo mejor.
 
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