Raymundo Riva Palacio
La acusación más fuerte de Andrés Manuel López Obrador en
contra de Enrique Peña Nieto
y el PRI es que en la campaña presidencial lavaron
dinero. El ex
candidato de la izquierda no ha aportado prueba alguna que demuestre el delito
que con dinero sucio canalizado a través de Monex se pagó a la estructura
territorial y a los representantes del PRI en las casillas el 1 de julio. Como
pasa siempre en México, en medio de tan sonora acusación, cunde la confusión.
López Obrador sólo ha dicho a dónde cree que llegó ese dinero,
pero lo parte importante, de
dónde salió, ni siquiera lo ha sugerido. Para qué meterse en
problemas. El lavado de dinero es uno de los delitos más difíciles de probar,
pero incubado en la mente de la sociedad, provoca en forma simplista y mecánica
a vincularlo con el narcotráfico. López Obrador no lo dijo así, pero en las
redes sociales se le ha dado esa interpretación. La realidad no avala la creencia,
pero se hiperventila en el imaginario colectivo.
En los 70 municipios donde hay mayor incidencia de los cárteles de
la droga, los electores votaron como lo han hecho en el pasado. De hecho, quien
mejoró ligeramente sus posiciones fue el PRD, que arrebató algunos puestos
municipales al PRI y al PAN, aunque nada significativo. Sobre la base de los
resultados, el narcotráfico no
fue un factor en la pasada elección, ni incidió a favor de
ningún partido en el proceso.
El narcotráfico es uno de los generadores del lavado de dinero,
pero muy superado por la prostitución, que en México y en el mundo es donde más
se blanquea al ser un oficio ilegal que no puede declarar sus ingresos porque
sería reconocer culpabilidad. En la política mexicana hay quienes lavan dinero
porque están ligados al narco –es el caso de la acusación estadounidense contra
el ex gobernador Tomás Yarrington-, quienes lo hacen por fraudes, y quienes lo
utilizan para tareas políticas y campañas. Nunca lo reportan al fisco.
Honestidad Valiente, que recaudó lLópez Obrador, cae en la contradicción de acusar de
lo que también es practicante. La asociación civil os fondos
para mantenerlo durante un sexenio, pagar a sus colaboradores y organizar su
campaña electoral, nunca reportó a Hacienda ni pagó impuestos. De dónde
vinieron esos recursos, no se sabe. Esto no
significa en automático que lavó dinero, pero podría alegarse que evadió
impuestos. Recibir dinero no rastreable es una práctica común
entre los políticos mexicanos, y uno de los problemas que más dolores de cabeza
producen a las autoridades electorales en el mundo.
Estos dineros llegan muchas veces en forma de comisión o doble
facturación en obras. Un caso pequeño pero ilustrativo fue la construcción de
la ciclopista en el Distrito Federal, donde se pagó por una obra incompleta que
fue facturada como completa. Igual sucede con ambulantes y antros. El comercio
informal en el Centro Histórico de la ciudad de México, por ejemplo, deja un
promedio de dos millones de pesos al día, y una delegación que tiene un
reducido número de antros obtiene 10 millones de pesos al mes en efectivo.
Hay políticos que toman el dinero para beneficio personal, y quienes lo aplican a la
operación política. En todos esos casos es un presunto lavador
de dinero al no ser declarado ante Hacienda quien lo recibe y dispone de él en
una forma que no deje rastro fiscal, y quien lo entrega, siempre en efectivo,
sin declararlo. ¿Esto los hace delincuentes de alto riesgo? No. Ni a los
políticos ni a los donadores que aportan efectivo a sus campañas.
Pero sí incurren en una probable violación a la ley, la evasión de
impuestos. De este tema se cuidan mucho los políticos, para protegerse a sí
mismos y para salvaguardar a sus contribuyentes. Nunca van al fondo porque
puede revertírseles.
Gritar que un político blanqueó dinero sin probarlo, como lo hace López
Obrador, es jugar por la vía política para desacreditar, no para que las cosas
cambien sino para imponer su agenda y alcanzar sus objetivos.
Lo está logrando, aunque la mano que tira la piedra está sucia.
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