Peña recuperado
Enrique Peña Nieto, el hombre que está a
punto de ser el estadista mexicano, reunió ayer en su casa a todos los
gobernadores priistas a quienes les compartió un tema sumamente importante: una
visión de cómo será el Estado peñista que empezará a existir el primero de
diciembre.
Antonio Navalón
El
éxito de las organizaciones modernas se basa en la división del trabajo.
Un
Peña Nieto recuperado, un cuasi presidente descansado, el hombre que está a
punto de ser el estadista mexicano, reunió ayer en su casa –en su propia casa,
con sus propios platos, sus propios manteles, sus propios cubiertos– a todos
los gobernadores priistas.
No
solo les dio de comer, sino que les compartió un tema sumamente importante: una visión de cómo será el Estado
peñista que empezará a existir el primero de diciembre de este
año.
Todos nos preguntábamos, ¿qué pasó? ¿Dónde
estuvo la política del Estado entrante los últimos 15 días?
En
lo personal, prefiero gobernantes descansados,
mimados, no estresados, porque un gobernante con estrés es un
peligro público. Imagínese, si normalmente lo son sin estrés, con él podrían
ser un peligro mortal para México.
Por
eso me alegra que el presidente –perdón, el cuasi presidente– organizara como
primera actividad (después de sus merecidas vacaciones, claro, porque seguro
fue pesadísima la carrera a Los Pinos) una reunión con los suyos, con
Videgaray, naturalmente, para contarles el Estado que se nos viene encima.
En
realidad, ayer fue el inicio de la era peñista. Manlio y Emilio durmieron por
la noche con el control de uno de los tres poderes; el otro, el poder político,
lo tienen los gobernadores –sus pares–, y el Poder Judicial –y créame, lector,
lo jurídico va a ser determinante en este sexenio-– lo tienen también quienes
controlen el Senado.
¿Qué
les dijo Peña? Primero, que México es mucho más que Monex y, segundo, que hay
que ponerse a la tarea de sumar y hacer el recuento de los daños sociales.
Desde
los años 70, cuando ese perverso e inteligente hombre llamado Henry Kissinger
descubrió que la mejor manera de impedir que los comunistas llegaran por los
votos al poder, era darles el poder a los socialistas, el mundo político está
en manos de los tecnócratas.
Mucho
antes de que nos diéramos cuenta, los hijos del Ebitda fueron arrinconando a
los hijos de la vida.
Por
eso es importante que el cuasi presidente haya metido de su propia cosecha el
recuento de daños sociales de la situación. ¿Por qué? Porque la fotografía en
blanco y negro de los amantes de los números, de los tecnócratas y de cómo son
las cosas y cómo deberían ser, estaría muy bien en un mundo de seres
obedientes.
Pues
bien, les aviso que eso ya no existe. Hoy, ni matando a la humanidad a
cañonazos –como sucede en Siria–, se puede lograr que impere el sentido común
en la era del Twitter.
Ahora,
imagínese lo que es compartir el hambre o la desesperación de la testosterona y
la feromona de 100 mil mexicanos y mexicanas que no tienen a dónde ir a partir
del lunes, porque no tienen lugar en las universidades. Con una simple cifra,
tienen que resignarse a que los apóstoles del desarrollo les entreguen su
carrera.
Hay
dos maneras de ver la historia. Una, desde el renglón final de cuántos muertos
cuesta un estallido social, y dos, a través de aquella célebre expresión atribuida
a María Antonieta: “¿Por qué llora el pueblo de París? Porque tiene hambre. ¿Y
por qué tiene hambre? Porque no tiene pan. ¿Y por qué no come brioche?”.
P.D.
El brioche del pueblo mexicano será que el presidente Peña Nieto, el cuasi
presidente, entienda que alguien le tiene que explicar a los 100 mil jóvenes
que a su gobierno, a su era y a su sexenio, sí le importa que no tengan a dónde
ir.
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