VICENTE ECHERRI: El “eje de la resistencia’’
MOTOCICLISTAS SIRIOS observan las ruinas de una casa que fue blanco de un ataque aéreo que mató a seis civiles el miércoles.
La internacionalización de la guerra civil en Siria —que ya era un
hecho a partir de las ayudas de Turquía y Jordania a los rebeldes y de
Rusia al régimen de Assad— ha escalado peligrosamente en los últimos
días. Primero, por el secuestro de medio centenar de iraníes por las
guerrillas sirias —que Irán reclama como peregrinos, pero a quienes sus
captores acusan de ser espías y miembros de la temible Guardia
Revolucionaria iraní. Luego, este martes, Irán pasó a redefinir el
conflicto como una lucha regional contra Occidente e Israel, de los
cuales la oposición armada siria no era más que un agente. Saeed Jalili,
de visita en Damasco al frente de una delegación iraní, se encargaba de
jerarquizar la contienda que ahora mismo se libra: “Lo que está
ocurriendo en Siria no es un problema interno sirio, sino un conflicto
entre el eje de la resistencia y sus enemigos en la región y en el
mundo”.
No es primera vez que la palabra “eje” se usa para definir una alianza antidemocrática: así denominaron la de Alemania, Italia y Japón en la segunda guerra mundial; “eje del mal” llamó el presidente George W. Bush a los regímenes de Corea del Norte, Irán e Irak —aunque en este caso la complicidad fuera menos obvia y formal. Ahora, un enviado especial del ayatolá Alí Jamenei, se apropia del término para sentar las pautas de lo que, en los últimos 17 meses, ha sido la lucha del pueblo sirio por librarse de una tiranía feroz. “Irán no tolerará, de ninguna forma, la ruptura del eje de la resistencia, del cual Siria es una parte intrínseca”.
En el momento en que Rusia insiste en calificar la guerra en Siria como un conflicto interno y cuando Estados Unidos y la OTAN se muestran renuentes a cualquier intervención militar directa, Irán anuncia sin ambages su voluntad de intervenir; por entender que la pérdida de ese aliado —que les da salida al Mediterráneo y les sirve de intermediario con sus peones de Jezbolá— sería inadmisible para sus proyectos hegemónicos en la región. Al mismo tiempo, ni Israel ni Estados Unidos y sus aliados tolerarán pasivamente una intervención militar iraní en Siria. A menos que las declaraciones de Irán no pasen de ser un alarde, la extensión del conflicto y la abierta participación de otros actores es perfectamente pronosticable a corto plazo.
Uno estaría tentado a opinar que la intervención de Irán en esta guerra va en contra de los intereses vitales de ese país —que ahora mismo padece la exclusión de las economías más poderosas del planeta. El régimen iraní podría sobrevivir sin Siria e incluso sin los fanáticos del Líbano. Perdería influencia en la región, ciertamente, pero seguiría siendo —más aún si abandona la búsqueda de armas nucleares— una potencia mediana, cuyo tamaño y posición geográfica le garantizan un papel de peso en la política de Asia Central. ¿Por qué habría de iniciar un conflicto que conllevaría su propia destrucción?
La interrogante es muy lógica, pero la política de las naciones —al igual que las reacciones de los individuos— muchas veces obedece a ímpetus que exceden a la razón. ¿Por qué tuvo Napoleón I que invadir a Rusia? ¿Qué llevó al Japón a bombardear Pearl Harbor? Para citar sólo dos casos conocidos en que un juicio ponderado siempre hubiera aconsejado en contrario. Acaso son impulsos suicidas que, al igual que en las personas, también se dan en los países y sus regímenes.
Algunos analistas políticos especializados en la región opinan que Irán puede verse empujado a intervenir en la guerra de Siria por falta de flexibilidad, por carecer de alternativas, como derivación de la rigidez de su política exterior, por haberse encerrado en un “marco de resistencia” del que, a semejanza de una camisa de fuerza, resulta muy difícil escapar.
De ser así, estamos a las puertas de un conflicto regional de tales proporciones que la guerra civil siria —a pesar de su trágico saldo de muerte y destrucción— sería vista mañana como una insignificante escaramuza.
No es primera vez que la palabra “eje” se usa para definir una alianza antidemocrática: así denominaron la de Alemania, Italia y Japón en la segunda guerra mundial; “eje del mal” llamó el presidente George W. Bush a los regímenes de Corea del Norte, Irán e Irak —aunque en este caso la complicidad fuera menos obvia y formal. Ahora, un enviado especial del ayatolá Alí Jamenei, se apropia del término para sentar las pautas de lo que, en los últimos 17 meses, ha sido la lucha del pueblo sirio por librarse de una tiranía feroz. “Irán no tolerará, de ninguna forma, la ruptura del eje de la resistencia, del cual Siria es una parte intrínseca”.
En el momento en que Rusia insiste en calificar la guerra en Siria como un conflicto interno y cuando Estados Unidos y la OTAN se muestran renuentes a cualquier intervención militar directa, Irán anuncia sin ambages su voluntad de intervenir; por entender que la pérdida de ese aliado —que les da salida al Mediterráneo y les sirve de intermediario con sus peones de Jezbolá— sería inadmisible para sus proyectos hegemónicos en la región. Al mismo tiempo, ni Israel ni Estados Unidos y sus aliados tolerarán pasivamente una intervención militar iraní en Siria. A menos que las declaraciones de Irán no pasen de ser un alarde, la extensión del conflicto y la abierta participación de otros actores es perfectamente pronosticable a corto plazo.
Uno estaría tentado a opinar que la intervención de Irán en esta guerra va en contra de los intereses vitales de ese país —que ahora mismo padece la exclusión de las economías más poderosas del planeta. El régimen iraní podría sobrevivir sin Siria e incluso sin los fanáticos del Líbano. Perdería influencia en la región, ciertamente, pero seguiría siendo —más aún si abandona la búsqueda de armas nucleares— una potencia mediana, cuyo tamaño y posición geográfica le garantizan un papel de peso en la política de Asia Central. ¿Por qué habría de iniciar un conflicto que conllevaría su propia destrucción?
La interrogante es muy lógica, pero la política de las naciones —al igual que las reacciones de los individuos— muchas veces obedece a ímpetus que exceden a la razón. ¿Por qué tuvo Napoleón I que invadir a Rusia? ¿Qué llevó al Japón a bombardear Pearl Harbor? Para citar sólo dos casos conocidos en que un juicio ponderado siempre hubiera aconsejado en contrario. Acaso son impulsos suicidas que, al igual que en las personas, también se dan en los países y sus regímenes.
Algunos analistas políticos especializados en la región opinan que Irán puede verse empujado a intervenir en la guerra de Siria por falta de flexibilidad, por carecer de alternativas, como derivación de la rigidez de su política exterior, por haberse encerrado en un “marco de resistencia” del que, a semejanza de una camisa de fuerza, resulta muy difícil escapar.
De ser así, estamos a las puertas de un conflicto regional de tales proporciones que la guerra civil siria —a pesar de su trágico saldo de muerte y destrucción— sería vista mañana como una insignificante escaramuza.
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